Genocidio Aché. De la memoria oral al relato histórico
Fotos: Survival. Miguel Chase Sardi. Libro Agonía y muerte de los indios guayaki del Paraguay.
En el Día del Indígena Americano
compartimos el trabajo del periodista paraguayo Miguel H. López acerca
del genocidio del pueblo Aché, análisis en el que se basaron sus
artículos publicados en tres entregas en el Correo Semanal del diario
Última Hora. Los textos abordan relatos de terror sobre lo que padeció
el pueblo indígena Aché durante la dictadura
stronista. Con el deseo que toda la comunidad nacional e internacional
tenga conocimiento y se solidarice con la historia del Pueblo Aché, exponemos a continuación el artículo completo.
Por Miguel H. López.
«A la memoria le
queda la ventaja del reconocimiento del pasado como habiendo sido,
aunque ya no lo es; a la historia le corresponde el poder de ampliar la
mirada en el espacio y el tiempo, la fuerza de la crítica en el orden
del testimonio, explicación y comprensión, el dominio retórico del texto
y, más que nada, el ejercicio de la equidad respecto de las
reivindicaciones de los distintos bandos de memorias heridas y a veces
ciegas a la desgracia de los demás. Entre el voto de fidelidad de la
memoria y el pacto de verdad en historia, el orden de prioridad es
imposible de decidir ».
Paul Ricoeur
Esta es una primera aproximación a lo
que cuentan los indígenas aché acerca de lo que vivieron bajo la
dictadura de Stroessner (1954-1989) y casi los extermina. Aquí se
encontrarán claves para comprender la dimensión y trascendencia de las
memorias de pueblos enteramente orales y los procesos de
re-significación que van desencadenándose a lo largo de los años como
derivación de contactos/confrontaciones/imposiciones culturales,
traspasando las fronteras y dimensiones de los universos de
interpretación y cómo se transforman en relato histórico.
El recuerdo y la historia
El relato histórico de la historia
reciente es indiscutiblemente una reconstrucción de fragmentos de
recuerdos urdidos con una necesaria intersubjetividad sin cuya
articulación sería imposible interpretar los hechos más allá de las
emociones.
Este proceso –con impronta de silencio,
olvido y trauma- necesita, para ser debidamente encuadrado, su matriz
significante, aquello que le da sentido, significación y dimensión en un
contexto y momento específicos de la historia.
El genocidio[1] aché que tuvo su pico
sistemático y masivo entre las décadas del ‘50 y ’70, con el
aniquilamiento de casi el 70% de la población, es uno de esos casos de
relatos orales sin cuya existencia no hubiera sido posible saber a
cabalidad lo que ocurrió, la escala de su impacto ni su implicancia
etnocida hasta el presente.
Registros
Los relatos de contactos con indígenas
que reúnen las características propias de los aché, silvícolas
cazadores-recolectores, se da en los primeros tiempos de la colonización
española (siglo 16 al 18), tiempos del sometimiento y destrucción
cultural de pueblos originarios locales en los enclaves religiosos de
franciscanos y jesuitas. Los entonces llamados kaîngua (ka’aguygua), los
indómitos habitantes de las espesuras, estuvieron siempre signados por
la persecución física –cuando no de otros grupos tribales- por parte de
capangas o por el acoso de ideologías y propagandas de la fe con
anuencia de los sistemas políticos gobernantes: la monarquía primero (la
de los gobernadores y virreyes españoles y sus emisarios con distintos
sistemas de explotación, esclavitud y obliteración), y luego los
regímenes presidencialistas, la dictadura stronista[2] (1954-1989) en el
caso que nos ocupa.
Los registros más sistemáticos y
documentados sobre la vida libre y las persecuciones, cacerías,
asesinatos, secuestros, violaciones, despojo territorial y esclavitud de
aché aparecen hacia principios del siglo 20. El caso del alemán
Federico Myntzhusen, en 1910 y hasta mediados de 1940, es el más lejano
que se conoce. Posteriormente ya entre 1960 y 1970 es cuando el mismo
volumen y la escalada de violencia en contra del grupo obliga a
antropólogos, indigenistas, estudiosos y periodistas a organizar,
registrar y denunciar esos hechos.
En todos los casos ocurridos y
conocidos, la anuencia de las autoridades de turno -desde los niveles
más altos hasta el último peldaño- fue el salvoconducto para todo tipo
de abusos y atropellos en contra de los 4 grupos aché conocidos
entonces: los del norte autodefinidos Aché Gatu (gente buena, gente
verdadera); los del Yñarô, la línea antropófaga (Aché Wa o Ua), que
muestra más marcadas diferencias culturales como la casi ausencia del
ritual central de rectificación ética[3]: tômumbu (reventar cabeza) y
sus creencias sobre el universo y la vida; los del Ñacunday, llamados
por los del norte Aché Irôiângi (autodefinidos también aché gatu) y los
del Sur, los extraordinarios Aché Purâ, actualmente disueltos en los
demás grupos distribuidos en 6 comunidades: Kuêtuvy-Ko’êtî y un
desprendimiento de dos familias en Kuêtuvyve, Arroyo Bandera y Chupapou
en Canindeyú; Cerro Morotî (donde fuera el campo de concentración en
donde los mantuvo la dictadura bajo la denominación de Parque Nacional
Guayakí en Caaguazú, a cargo del cazador de indígenas y militar
subalterno, Jesús Manuel Pereira y luego la iglesia estadounidense A las
Nuevas Tribus); Puerto Barra-Tapy en Alto Paraná y Ypetîmi en Caazapá
(donde viven los últimos 4 aché wa –abril de 2015- sobrevivientes del
genocidio).
Los que más tempranamente sufrieron el
exterminio genocida y etnocida fueron los aché wa, que pese a su
ferocidad constituyeron los primeros en ser reducidos por los cazadores
de humanos y empleados por la dictadura como perros de rastreo de
campamentos guerrilleros en los montes y a otros aché en estado
selvático. Ya en 1959 –refiere Philippe Edeb Piragi 1999- los últimos 30
miembros de este grupo agonizante, capitulaba en Arroyo Morotî
(Caazapá)
Los territorios tradicionales de este
pueblo abarcaban una superficie de 5.000 kilómetros cuadrados de monte
subtropical, lo que en la actualidad se reduce – sumando todas las
comunidades juntas en los 4 departamentos – a poco menos de 20 mil
hectáreas altamente deforestadas e intervenidas agresivamente por
cultivos mecanizados de soja transgénica, impulsados mayormente por
colonos brasileños y empresas. La población total aché, la de mayor tasa
de natalidad entre los 20 pueblos indígenas del país, en el censo
nacional de 2013 solo llegaba a 1.942, lo que evidencia su casi
exterminio en el proceso inconcluso de genocidio.
La principal razón de la persecución,
expulsión y asesinato que emprendió el gobierno dictatorial de
Stroessner en contra de los aché fue para apropiarse de sus tierras a
fin de entregarlas a la ganadería y la agricultura –a grupos
agropecuarios nacionales y transnacionales- bajo la pregonada idea de
paz y progreso sin comunismo ni comunistas. En ese sentido, las culturas
primigenias representaban un obstáculo a los planes del régimen de
expandir la frontera agrícola y acaparar los territorios aché. Para este
propósito ejecutó un plan sistemático de aniquilación física y
cultural.
La memoria oral y el relato histórico
La historia del genocidio del pueblo
aché no podría haber sido reconstruida y denunciada convenientemente sin
la memoria oral de las víctimas. Siempre entendiendo que en los
encuadres culturales se tienen los significados y símbolos que permiten
volver comprensible lo vivido[4], aún en estados de trauma. Lo que en
sentido ricoueriano serían aquellos recursos simbólicos que circulan en
la cultura constituyendo uno de los rasgos que prefiguran toda
narración.
En este trabajo abordamos tres grandes
momentos de relatos y representaciones hechos por los sobrevivientes y
su descendencia, además de algunas inserciones de análisis de narrativas
recogidas en conversaciones con ellos en las distintas comunidades.
Las primeras entrevistas sobre lo
ocurrido a los aché sirvieron de base a las denuncias hechas por Mark
Münzel, Bartomeu Meliá, Luigui Miraglia, Donald McCullin, Cristine
Münzel y otros entre 1971 y 1975.
Luego, en julio de 2008, la Comisión de
Verdad y Justicia realizó una histórica audiencia pública en la sala
bicameral del Parlamento donde comparecieron representaciones de
distintos pueblos indígenas a testimoniar sobre el genocidio y etnocidio
bajo la dictadura stronista, siendo el de los aché el más emblemático
por su ocurrencia tardía, la saña y sistematicidad con la que fueron
ejecutados. Lo allí expuesto constituyó la base del informe final donde
el Estado reconoce la perpetración de hechos de genocidio (Informe
final. Capítulo III: Violaciones de Derechos de los Pueblos Indígenas.
Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de Algunos Grupos en
Situación de Vulnerabilid)
Posteriormente, atendiendo a la
ampliación de la querella en tribunales argentinos por jurisdicción
universal –concretamente sobre el genocidio aché- el colectivo
denominado Kuaa Reko (Memoria) realizó en Asunción en julio de 2014 el
encuentro Kuaa Reko Jue (Memoria necesaria) donde 4 ancianos
sobrevivientes del genocidio narraron sus peripecias.
Primera reconstrucción
En el primer grupo de testimonios –el de
los usados en las denuncias que logran incluso la intervención de la
ONU y la apertura de expedientes confidenciales de reclamos al gobierno
dictatorial en los años ’70 para mejorar la situación de los aché-,
quienes hablan son los sobrevivientes que en ese tiempo eran ancianos y
adultos recién despojados de sus bosques y su vida libre.
Estos relatos orales llevan en sí la
significación desde la experiencia del contacto forzado en los distintos
campos de concentración donde fueron remitidos para su sedentarización
y/o explotación (y donde fueron entrevistados), al mismo tiempo que aún
mantienen la simbología de la cosmovisión aché que estaba en estado
pleno, pese a la reciente violencia. Esta condición imposibilitaba que
tuvieran especificidades hasta lingüísticas para denominar los tipos de
personas que perpetraron las sacadas (soldados, militares o civiles
facultados por las autoridades) o la configuración de ideas que
denominan las diversas violaciones de derechos de que fueron víctimas.
Sin embargo, las referencias comunes
sobre la vida y la muerte, el sufrimiento, el despojo y la destrucción
física a que aluden recurrentemente permiten una articulación del relato
histórico muy clara sobre la violencia física y sicológica que
soportaron: Las muertes por disparos de armas de fuego, los robos o
secuestros de niños, los asesinatos y descuartizamientos para carnada de
animales salvajes, la violencia sexual, el aniquilamiento por
enfermedades de “blancos” empeorada por la omisión de auxilio, la falta
de comida y decesos por inanición, los cambios drásticos en las
costumbres alimentarias, el trabajo forzado y los usos culturales
diferentes a que fueron obligados a subyugarse. Las pérdidas humanas y
de libertad incluso eran transformadas en narraciones simbólicas a
través de los pre’e o cantos como el de Jorge Chachubutavachúgi, que
lamentaba el fin de los días en que era dueño de su vida y de su tiempo
en la selva; o del chïnga de Noreta Kanechirígi que lloraba la muerte y
desaparición de algunos hijos y parientes.
Como ocurrirá en los siguientes momentos
de reconstrucción del relato, el momento de la historia nacional en que
se producen aquellos hechos y el modo en que se ejecutan, ayudan al
investigador a incorporarle la configuración final y el sentido
histórico de los acontecimientos, determinar los responsables políticos y
los ejecutores.
Segunda reconstrucción
La segunda vez que se tomaron los
relatos orales de los sobrevivientes del genocidio aché fue en la
audiencia pública del 16 de julio de 2008 en la bicameral del Parlamento
en Asunción.
Habían pasado más de 35 años desde que
se produjeron los hechos que rememoraban. Los ancianos de entonces
estaban muertos y los adultos de aquel tiempo ya eran ancianos y habían
experimentado para entonces un prolongado proceso de reconfiguración
simbólica y cultural en su contacto intenso con la sociedad occidental
envolvente.
La base troncal de los hechos sin
embargo se mantuvo sin alteraciones esenciales en los relatos, aunque
ahora con explicaciones y adaptaciones a un lenguaje producto de la
resiliencia, la posible superación del trauma y la incorporación de
valores, referencias lingüísticas y representaciones no conocidos aún en
los ’70 por ellos. Esto se entiende claramente desde las explicaciones
que se traducen en los discursos de memoración. Aparecieron
reivindicaciones que son de estos tiempos, como la protección de los
bosques o referencias explícitas a los militares, a las armas que
usaban, violaciones sexuales de mujeres, el robo y venta de niños y
valoraciones sobre la falta de asistencia médica que podría haber
salvado muchas vidas. Muestra de esto es lo que decía Roberto Chéigi de Chupa Pou, Canindeyú:
“No queríamos permitir que los apâ,
(paraguayos) invadieran nuestro territorio, robaran a nuestros niños,
abrieran picada y vendieran nuestra madera. Nuestra área se reducía cada
vez más, ya faltaba comida, así que entrábamos también a robar mandioca
y maíz de la chacra de los blancos, hasta llegamos a faenar sus
animales. Los paraguayos respondían a estos actos a balazos. Nos
perseguían hasta el monte, mataban a mansalva a cuanto indígena
encontraban a su paso, abusaban de las mujeres y robaban a los niños que
luego eran comercializados”[5].
O, lo señalado por Julio Tykuarângi de Kuêtuvy, Canindeyú:
“(mi hermano) Mató a un paraguayo
con una flecha, por venganza. Recuerdo muy bien los atropellos por parte
de los paraguayos y militares”[6].
También lo memorado por Antonio Mbepégi de Chupa Pou, Canindeyú:
“En el contacto con los paraguayos
nos contagiaron enfermedades que para ellos eran lo más simple, pero
para nosotros resultaban mortales, porque no estábamos preparados. Creo
que si había asistencia médica se podía haber salvado vidas. Morían
niños, adultos y ancianos, lo más triste es que morían de tos, fiebre,
problema en el pecho. Casi a diario enterrábamos a nuestros muertos”[7].
En su relato, Andresa Tatúgi de Ypetîmí, Caazapá, hablaba de:
“…otros atropellos cometidos por los
paraguayos y militares que causaron mucho daño a los aché, ya que
mataban, sacaban maderas y contagiaban enfermedades. Varios murieron en
el monte, de tos y fiebre”.[8].
Y Margarita Jeichági de Chupa Pou,Canindeyú, expresaba:
“Luego de mucho tiempo yo salí del
monte y fui llevada con otra gente a Cerro Morotî. Allí presencié varias
agresiones cometidas por (Jesús Manuel) Pereira. Le pegaba con machete a
los aché y abusaba de las jóvenes, muchas de ellas salían de la pieza
toda ensangrentada, esto ocurría sobre todo cuando Pereira estaba
borracho”[9].
Lo nuevo y que incorpora una novedosa
reconfiguración en estos relatos fueron los testimonios de los niños que
habían sido secuestrados y vendidos para servidumbre y que ahora eran
adultos. Casi ninguno de ellos recordaba el momento en que fue despojado
del seno familiar, pero en todos los casos traían las memorias de las
humillaciones, explotaciones y maltratos que recibieron como siervos de
los “paraguayos” quienes como forma de degradarles aún más se referían
de modo despectivo a su origen indígena como si se tratara de una escala
inferior de la humanidad.
Joaquín Achipurângi de Arroyo Bandera, en Canindeyú, expresaba en ese sentido:
“Yo fui cazado y vendido a una
familia paraguaya cerca de Curuguaty, mis dos hermanos menores también,
yo era el más grande, crecí con ellos, estudié en la escuela del lugar.
En la escuela y también los vecinos me decían que yo era guayakí, un
indio. Un día me animé y comencé a tomar contacto con otros jóvenes que
estaban en la misma situación. Me escapé de la casa, viví un tiempo en
la comunidad de Chupa Pou y luego me casé con una mujer de mi pueblo, de
ahí vine aquí a Arroyo Bandera, donde vivo actualmente. A uno de mis
hermanos nunca más lo vi, mis padres fueron asesinados por los apä
cuando éramos aun muy pequeños. Unos paraguayos se apoderaron de
nosotros y nos sacaron del monte”
Teresa Jakuvachúgi de
Ypetïmi, Caazapá, en términos sencillos retrata el valor degradado que
daban los no indígenas a los aché secuestrados, al punto de trocarlos
por animales. Lo mismo, el trato en las casas de criadazgo donde se
violaban todos sus derechos como persona:
“Pichín (López)(cazador de
indígenas) me cambió por una vaca a la familia Arévalos de la compañía
Yvy’aty de Tava’i. La familia me reconoció como hija, pero nunca fui
tratada como ta. Hacía todos los trabajos de la casa sin recibir nada a
cambio, nunca tuve zapato ni ropas adecuadas, la señora Martha me
maltrataba “nde india” me decía, me pegaba con cualquier cosa. Cuando
murió ella, los hijos me echaron de la casa sin nada, hoy reclamo algún
reconocimiento. Constantemente era maltratada por la señora y sus hijas,
“nde guayakí no sos nuestra hermana, nosotros te compramos para que nos
sirvas” me repetían. Muchas noches pasé llorando preguntándome por qué
era tratada de tan mala manera, ya que cumplía con todos los trabajos
asignados. No podía ir a la escuela por las múltiples actividades que
tenía diariamente”[10].
Margarita Mbywángi de
Kuëtuvy, Canindeyú, le otorga una dimensión incluso política al relato e
instala la idea de responsabilidad del Estado en el genocidio-etnocidio
y puntualiza claramente el delito de secuestro configurado en el acto
atroz de robo y venta de niños:
“Actualmente trato de dar todo lo
que no tuve a mis hijos, siempre lucho contra la injusticia y culpo al
Gobierno (Estado) por todo lo que pasó con el pueblo aché. Seguro que el
Presidente de entonces (Stroessner) sabía lo que pasaba en el monte,
porque los ancianos cuentan que eran militares quienes les atropellaban y
llevaban criaturas como si fueran animalitos para vender. Dos de mis
hermanos también fueron sacados del monte por paraguayos, uno se llama
Martín, vive actualmente en la zona de Curuguaty (hace 3 años se instaló
en Kuëtuvy con su esposa paraguaya e hijos) y del otro no sé nada”[11].
También estaban quienes por primera vez
hablaban sobre lo que les ocurrió durante el proceso de sedentarización
(despojo violento de sus hábitat y sometimiento a pautas y regímenes de
vida extraños a su cultura) Y aparecieron los testimonios indirectos de
aquellos que conocieron lo sucedido por el relato de sus padres y el de
los ancianos, porque eran muy pequeños cuando fueron sacados de la selva
y no tenían aún conciencia, evidenciando un nuevo nivel en los procesos
de memoria oral, la transmitida intergeneracional o socialmente.
Al respecto, Roque Bepurángi,
quien vive en Ypetimí, Caazapá, explicaba con claridad el origen de su
relato –que no escapa a la frecuencia de lo ya conocido- y los rasgos
comunes de la brutalidad de la acción de los no indígenas, el momento
aproximado del inicio de las persecuciones, los asesinatos, secuestros y
la pérdida de identidad de muchos de ellos:
“Supe a través de mis padres y los
ancianos lo que pasó con mi pueblo, ya que en esa época yo era muy
pequeño. Ellos me contaron que los paraguayos le perseguían mucho. Desde
que empezaron a abrir picadas en nuestro territorio terminó la
tranquilidad para los aché. Les mataban sin piedad a los adultos y
llevaban a las criaturas para vender. Esto es muy triste para nosotros.
La familia aché se dispersó, casi todos los que estamos aquí tenemos
parientes que viven fuera porque fueron vendidos o cambiados por
animales y muchos ni siquiera saben que son aché”[12].
En esta segunda manera del relato
histórico –la Audiencia Pública- a partir de las memorias orales del
genocidio y etnocidio aché, se vuelven más visibles las incidencias del
pensamiento derivado del contacto con la sociedad no indígena. El
discurso incorpora dimensiones políticas y valoraciones occidentales,
incluso dentro de líneas que diseñan inconfundibles reclamos de
derechos, figuras que en el primer tiempo no aparecían porque no
formaban parte del imaginario del pueblo aché que estaba siendo obligado
a fuego y sangre a abandonar su estado silvícola, su cultura y su
libertad.
En los casos de los secuestrados
retornados, que fueron criados –servidumbre- de familias paraguayas o
peones de obrajes o agricultores y que no conocían su lengua, la cultura
que abrevaron, la ajena a su pueblo, la de los apâ, es determinante en
sus relatos. Lo que detallan de su experiencia directa ayuda a conocer y
reconstruir cómo fue la violencia contra los aché fuera de los campos
de concentración, ya en los ámbitos domésticos que incluían a familias
distinguidas de la sociedad paraguaya donde fueron degradados como seres
humanos y explotados mediante sistemas de abuso emparentados con la
esclavitud; y en los obrajes donde realizaban el trabajo más pesado y
recibían casi nada a cambio.
Recién con estas nuevas incorporaciones
de la memoria oral sobre el genocidio aché comienza a conocerse la otra
parte del relato histórico que en su primera fase, 35 años antes, no
existía porque las víctimas aún eran niños y niñas que ni siquiera
habían asumido estado de conciencia cuando fueron despojados del seno
familiar y su entorno cultural. Durante todo ese tiempo su desgarradora
historia permaneció soterrada bajo el vértigo de la supervivencia y el
avasallamiento cultural.
Este nivel del relato no está
suficientemente indagado y llega a constituir en sí mismo un capítulo
nuevo dentro del genocidio que en muchos casos sigue perpetrándose
porque aún existen numerosos aché viviendo una identidad que no es la
suya porque la propia les fue despojada, en un mundo –el de los no
indígenas- al que fueron introducidos con violencia, sin su
consentimiento.
Hasta hoy siguen apareciendo nuevos
miembros del pueblo aché que regresan a las comunidades, ya por la
búsqueda de sus parientes, por averiguaciones propias o por terceros que
intervienen para permitirles al fin intentar recuperar la vida que les
arrebataron.
Tercera reconstrucción
El 17 de julio de 2014, cuatro ancianos,
dos de Kuëtuvy y 2 de Chupa Pou llegaron a Asunción para contar sus
memorias del genocidio bajo la dictadura.
Este evento al que concurrieron
masivamente personas de diversas pertenencias se denominaba en aché gatú
Kuaa reko jue (Memoria necesaria), como anticipo de lo que luego sería
una suerte de diálogo en idioma propio con traductor del mismo grupo
nativo.
Un seminario en Madrid, España, sobre la
causa judicial presentada en abril de 2014 en tribunales argentinos por
Justicia Universal contra el Estado paraguayo, servía de pretexto para
dar la palabra a los sobrevivientes y permitir que esta vez los
desencadenadores de la última parte de los relatos fueran las personas
comunes que estaban en el auditorio. La sociedad paraguaya nunca antes
había tenido este tipo de contacto con los relatos ni sus protagonistas.
Después de 6 años de la audiencia
pública de la Comisión de Verdad y Justicia y 40 años de las primeras
denuncias, los aché volvían a hablar del tema. Casi la totalidad de
quienes esta vez lo hacían no habían participado de ninguno de los
momentos anteriores. Los hechos contados se mantenían fieles en esencia a
lo que se venía describiendo desde hacía 4 décadas. Sin embargo, las
referencias y representaciones con las que eran colocados algunos
protagonistas/ejecutores permitían definiciones mucho más claras de
quiénes eran los perpetradores y responsables.
Antonio Mbepégi expresó
que las persecuciones en la selva, las muertes con golpes y armas de
fuego y los maltratos los habían ejecutado personas vestidas de
verdeolivo (tyru prana), camuflado (tyru para) y caqui (tyru iju) Esta
es una de las escasas, si no la única vez en que aparte de referencias
concretas sobre los militares aparecen policías en el proceso de
exterminio aché. También explicó que los apremios físicos y muertes los
aplicaba con extrema violencia Manuel Jesús Pereira, el mismo que debió
abandonar el campo de concentración de Cerro Morotï, llevándose consigo
como esclavos a varios aché, tras violar a la hija de un paraguayo.
Igualmente aparecen como cómplices en el
proceso de las “sacadas” los misioneros de la controversial iglesia
estadounidense Misión a las Nuevas Tribus –To the New Tribe Mission- que
en los ’80 provocaron enfrentamientos y muertes entre ayoreos
(totobiegosodes) no contactados en el Chaco. Marisol Kajági,
indicaba sucintamente que ella, siendo aún adolescente, fue arrebatada
de su bosque junto con sus hijos por los militares y entregados a
aquellos misioneros. Ella no recuerda días buenos. Relata que su
universo se llenó de sufrimiento y desolación.
Juana Chachúgi dio otra
dimensión a sus memorias. Con un tradicional canto (pre’e) –resiliente-
recordó la violencia de las incursiones de personas de civil
acompañando a militares. Contó que la primera vez que los no indígenas
llegaron ella era pequeña y logró huir. También habló de cuando mataron a
dos de sus hermanos a palos y a una hermana embarazada cortándola luego
en trozos; y finalmente que cuando era adolescente la desarraigaron de
su selva y vivió días interminables de dolor, tristeza y despojo.
El más revelador de este conjunto de relatos fue el de Dionisio Cherýgi,
de unos 50 años, quien había retornado con sus parientes hacía apenas 4
años (2010) No recordaba cuándo lo secuestraron, dónde, ni quiénes lo
criaron. Es uno de los cientos de niños robados y vendidos para
servidumbre durante la década de los ‘60 y 70. Contó, casi murmurando,
en guaraní, el único idioma que habla, que creció entre obrajeros y
campesinos, que le hacían trabajar sin descanso ni retribución, sometido
a régimen de hambre, criado como y entre los animales. En ningún
momento levantó la mirada hacia otras personas, o si lo intentaba era
furtiva. Explicó que no había desarrollado relaciones sociales a lo
largo de su vida.En su relato se cruza Antonio Mbepégi,
quien lo reconoce como sobrino y le cuenta del momento en que fue
secuestrado de la selva siendo aún muy pequeño, durante una de tantas
incursiones armadas de los apäproro (los hombres que disparan) en sus
selvas.
En este tercer momento de la
reconstrucción del relato histórico desde la oralidad, sobre el
genocidio aché empieza a emerger una de las dimensiones poco
consideradas o reveladas, no por inexistente sino por la urgencia de
otros aspectos del relato: el profundo daño sicológico y la destrucción
de la condición humana en casi todos sus niveles.
El caso de Cherýgi –que en la selva
tenía otro nombre y decidió cambiarlo como borrando el terrible pasado
para iniciar un nuevo episodio, tratando de olvidar las décadas de
aniquilamiento de su personalidad por parte de los no indígenas, como
reveló-, es el de muchos niños y niñas aché secuestrados, vendidos o
canjeados por mercaderías o ganado y que sobrevivieron a pesar de todo,
mientras otras decenas no corrió la misma suerte pereciendo bajo todo
tipo de tormentos que las autoridades gubernamentales sabían y
consentían por acción u omisión.
Líneas finales
La línea de tiempo que se sigue en el
presente abordaje y las diversas circunstancias sociopolíticas e
históricas en las que aparecen las representaciones orales de miembros
de una misma población sobre el mismo tema nos muestra que además de
permitir un conocimiento progresivo de lo sucedido, eleva la complejidad
de la comprensión e interpretación de acontecimientos; porque además
asume sus consecuencias como parte necesaria del relato que se significa
y resignifica no solo en los sentidos que cobra sino porque además se
sigue produciendo en la medida en que aparecen nuevos actores y los
detalles se mantienen como parte de la tradición oral intergeneracional
de ese pueblo.
La memoria oral planteada desde la
recordación del genocidio aché es el cimiento que permite escribir el
relato histórico sobre ese hecho y sus diversos momentos. No obstante,
el resultado final no es producto de la única acción del investigador
sino de la intervención sucesiva y a veces hasta superpuesta de
fragmentos de recuerdos, de voces que retornan y referencias que se
amplían para producir finalmente un producto histórico colectivamente
contado.
Los aché en este siglo XXI tratan de
recuperar parte de lo que les fue usurpado –tierras, territorios, vida,
libertad-; y sobre la sabiduría de sus ancestros y los terribles
recuerdos del genocidio buscan sobreponerse y empiezan un lento proceso
de reclamos de derechos y exigencias de reparación y restitución. Sus
memorias son las de todos los pueblos indígenas que padecen y perecen
diariamente desde 1492…
——
Sobre el autor
Miguel H. López, maestrando en Historia
Paraguaya Independiente por la Universidad Nacional de Asunción y
licenciado en Ciencias de la Comunicación por la misma institución.
Docente, periodista y cineasta con especialización en diversos países de
América. Desarrolla trabajos interculturales y acompaña procesos con el
pueblo aché desde 2007. Premio Nacional de Periodismo 1999, Premio
Cabildo 2005 en audiovisual histórico y Periodista Amigo de la Infancia
en 2007. Realizó publicaciones sobre el Operativo Cóndor, la dictadura
de Stroessner, Libertad de Expresión y Sistema Interamericano,
Relatorías sobre DDHH, derecho consuetudinario e investigaciones
periodísticas. En 2014 fue distinguido por los colectivos de víctimas de
la dictadura por su relevante aporte en la preservación y difusión de
la memoria histórica.
——
Bibliografía
Comisión de Verdad y Justicia (2008):
“Capítulo III: Violaciones de Derechos de los Pueblos Indígenas, en
Informe Final. Tomo III: Las Violaciones de Derechos Humanos de Algunos
Grupos en Situación de Vulnerabilidad y Riesgo.
Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. Caso 1802. 27 de mayo de 1977 (Comunidad Aché vs. Paraguay).
Resolución aprobada en sesión 539 a de 27 de mayo de 1977 (41º Período
de Sesiones) y transmitida al Gobierno de Paraguay el 27 de mayo de
1977.
Dirección General de Verdad, Justicia y
Reparación (2010): La Situación de Derechos Humanos del Paraguay entre
1978 y 190: El Procedimiento 1503 de las Naciones Unidas.
Gómez-Perasso, J. A. (1987): Crónicas de cacerías humanas: la tragedia ayoreo. Asunción. El Lector.
La agonía de los Aché –Guayakí – Historia y cantos. Bartomeu Meliá s.j., Luigi Miraglia y Mark y Christine Münzel, Centro de Estudios. Antropológicos de la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”, 1973
Melià, B. (2008): “Pueblos Indígenas en
Paraguay y Violación de Derechos Humanos (1958-2003)”, en Grupo
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Achés del Paraguay: Discusión de un Genocidio. IWGIA. Conpenhague.
Munzel, M. (2008): “Los Indígenas Aché:
Genocidio en Paraguay”, en Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos
Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay: Discusión de un
Genocidio. IWGIA. Conpenhague.
Servín, J. A. (2008): Stroessner, su
dictadura y los impactos en el pueblo Aché, en Grupo Internacional de
Trabajo sobre Asuntos Indígenas, IWGIA, (2008): Los Achés del Paraguay:
Discusión de un Genocidio. IWGIA. Copenhague.
Fuente: http://www.fapi.org.py/genocidio-ache-de-la-memoria-oral-al-relato-historico/
Impactante.....pero seamos serios , no nos quedemos en ...desde 1492 . Estoy seguro que a lo largo de toda la historia de la población nativa de América , han sido masacradas ,esclavizadas ,etc. muchas más etnias débiles y menos numerosas ( ejemplo: achés ) por otras etnias indias mas fuertes y numerosas ( ejemplo : guaraníes ) que por los europeos . ,pero parece ser que solo interesa criminalizar a los blancos . Otra cosa distinta son las enfermedades ,de contagio involuntario en la mayoria de los casos . Saludos .
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