Seguridad alimentaria: Urge que los Gobiernos de Latinoamérica, patenten las semillas originarias
Los colonizadores llegados a América no se llevaron solamente oro.
También se llevaron semillas. Se llevaron maíz, papas, café, cacao,
tomates, tabaco, maní, vainilla, aguacates, girasoles (etc.),
monopolizando su comercialización. Aquello fue también un robo, un robo
que hoy nos juega una pésima jugada. Hoy las transnacionales extranjeras
se creen dueñas de los productos de la tierra americana. Se creen
dueños del patrimonio cultural, social y económico de América.
Hay bastante preocupación en el mundo últimamente por el avance de las transnacionales que pretenden implantar el uso de semillas transgénicas y de alimentos manipulados con hormonas.
Me parece que la mayoría de la población civil ya está enterada de las
consecuencias, tanto en lo que se refiere a la salud, el ámbito social,
cultural y económico. Aprovecho de felicitar al gobierno de Ecuador, por ser un país libre de transgénicos, y por que ha sabido conservar el patrimonio cultural que conlleva el cultivo del maíz.
La palabra “maíz” es de origen taíno. Hace alrededor de 10.000
años, los pueblos de América ya conocían esta planta, cuyo origen se
encuentra en México, donde existen actualmente por lo menos 60
variedades distintas. El maíz aún es parte de la identidad cultural de
muchos pueblos americanos, para quienes, a través de la historia, ha
sido un elemento sagrado (con todo lo que el concepto conlleva). Los
pueblos prehispánicos aprendieron a domesticar y manejar las variedades
de esta planta durante miles de años, como también los procesos para su
preparación. Sabemos que antiguamente el maíz era parte fundamental de
su cosmovisión y estilo de vida, la cultura del maíz ha sido arraigada
durante miles de años.
Existió también toda una cosmovisión alrededor de
otros productos de la Madre Tierra, como por ejemplo del cacao, que incluso fue utilizado como moneda de cambio.
Los colonizadores llegados a América no se llevaron solamente oro. También se llevaron semillas.
Se llevaron maíz, papas, café, cacao, tomates, tabaco, maní, vainilla,
aguacates, girasoles (etc.), monopolizando su comercialización. Aquello
fue también un robo, un robo que hoy nos juega una pésima jugada. Hoy
las transnacionales extranjeras se creen dueñas de los productos de la
tierra americana. Se creen dueños del patrimonio cultural, social y económico de América.
Hoy, las transnacionales extranjeras junto a las oligarquías respectivas
de cada país, pretenden hacer lo mismo que los colonizadores comenzaron
hace quinientos años atrás: reemplazar la forma milenaria de cultivo de
los pueblos americanos y remplazar los cultivos
existentes con productos ajenos al suelo y la geografía natural, a la
economía, cultura y cosmovisión de los pueblos de América. Si en ese
entonces el resultado fue desastroso, hoy en día no es de esperar un
resultado diferente y aún peor, tomando en cuenta los efectos nefastos
para la salud humana y el impacto que estos transgénicos producen en el ecosistema.
Por tanto, me parece que los gobiernos de América Latina, al menos aquellos que se dicen ser consientes de los derechos de las personas, debieran patentar las semillas americanas, originarias de nuestro continente y parte de nuestra cultura, economía y cosmovisión. Nadie es dueño de la Madre Tierra. Sin embargo, si se insiste en que debe tener dueños, entonces las semillas
originarias de América pertenecen al suelo americano y a los pueblos de
América, quienes las conservaron durante miles de años, domesticaron
sus plantas y manejaron sus cultivos.
En el Convenio Internacional 169 de la OIT, se reconoce la forma
de vida y desarrollo de los pueblos originarios, el derecho a su
identidad, a sus modalidades de vida, a controlar su propio desarrollo
económico, social y cultural. La monopolización de las semillas
y el uso de semillas transgénicas actúa en contra de este acuerdo.
También va en contra de los Derechos de la Pachamama, de la legislación
boliviana. Esta legislación ejemplar debiera ser generalizada
efectivamente en todo nuestro continente, dando ejemplo de conciencia al
mundo y enajenando a quienes nuevamente pretenden envenenar nuestro
suelo, como si ya no fuese suficiente con los daños que han causado.
Más
de quinientos años llevamos al servicio de los usurpadores, dejándonos
manipular, adquiriendo su mentalidad y olvidando la riqueza material,
cultural y espiritual que debimos haber heredado y conservado de
nuestros antepasados americanos. Pero aún es tiempo, aún no se borra del
todo la sabiduría ancestral de nuestra tierra. Conservemos una relación
armoniosa con la Pachamama, conservemos la enorme diversidad de
nuestra flora y fauna, las plantas medicinales, las plantas sagradas,
nuestro sustento físico y espiritual.
Marcela Vera
Antropóloga Social
Antropóloga Social
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