PARAGUAY: ¡¡ TU BASURA, TU ALIMENTO ¡¡



Cateura, el último eslabón en la cadena de reciclaje

  • La recogida de residuos es la principal fuente de ingresos en el Bañado Sur

  • El barrio está construido alrededor del gigantesco basurero de Asunción

  • Los trabajadores del vertedero sobreviven con menos de tres euros al día

Recicladores de Cateura buscando en las bolsas de basura recién...
Recicladores de Cateura buscando en las bolsas de basura recién llegadas en un camión Y. JIMÉNEZ


Una periodista de ELMUNDO.es se adentra, de la mano del jesuita Francisco Oliva, en uno de los barrios más pobres de la capital paraguaya para convivir con sus habitantes y conocer sus problemas. Los textos que siguen a continuación son un reflejo de la experiencia personal de la redactora, involucrada con la vida y la lucha de esos paraguayos sumidos en el corazón de la pobreza.
Cuando uno es pequeño sueña con ser astronauta, médico, mago o superhéroe, entre otras muchas opciones que varían con los años, con las películas y dibujos que uno ve y las opiniones de los adultos. Yo misma quise ser pintora, la novia de Tarzán, equilibrista, científica, Supergirl y no sé cuántas cosas más. La infancia es la época en lo que todo es posible, incluso los planteamientos más absurdos. La primera vez que hablé con Rosa Rojas, de 34 años, recordé mis ambiciones infantiles y traté de imaginarme qué habría sido de mi niñez sin ellas.

En el Bañado Sur, para muchos menores los juegos se acaban cuando una montaña inmensa de porquería impone la más fétida de las realidades. Literalmente. Rosa trabajó desde siempre, pero su empleo fijo comenzó cuando tenía 14 años en el basurero de Cateura, el gran vertedero de la capital de Paraguay, Asunción, y de los municipios del área metropolitana.

Ya casi nadie recuerda qué fue antes, si el Bañado Sur o el basurero. Lo cierto es que fuese lo que fuese, el uno no puede vivir sin el otro. El vertedero, a través del reciclaje, da de comer a muchas familias en esta zona mísera de la ciudad donde sus habitantes conviven con el hedor a desperdicio que deja su fuente de ingresos. Otras muchas personas en el barrio -lejos del vertedero, pero igual de cerca de la basura- han optado por recoger en sus carros tirados por caballos o por motocicletas los desperdicios reciclables que dejan en las calles de la capital los paraguayos 'normales', aquellos que tienen un servicio de recogida de basuras.

Los bañadenses no disfrutan de ese privilegio, ni siquiera de uno que les permita tirar sus residuos en el vertedero en el que trabajan muchos de ellos, y se ven obligados a arrojarlos en las inmediaciones de su casa. "Qué suerte tienen, trabajo y casa en el mismo sitio", deben pensar los políticos paraguayos que se han olvidado de este barrio tan "adecuadamente" convertido en muladar para impedir que la mierda llegue al centro de la ciudad devolviendo la mayoría de la inmundicia a la cadena de reciclaje. Desgraciadamente para sus habitantes, el viento esparce el olor de Cateura y lo vuelve más intenso en una zona u otra del Bañado, pero todavía no consigue arrastrarlo hasta las puertas de la Municipalidad o el Congreso de los Diputados.


Rosa, que lleva 20 años trabajando entre los desechos de este albañal, me recibe en su casa tras su jornada laboral. La gestión del basurero le fue otorgada a una empresa brasileña, Empo, que cobra más de 15 euros al gobierno local por cada tonelada de residuos que recibe en Cateura. Hace muchos años, determinado por contrato, que los brasileños deberían haber buscado otro lugar para realizar el tratamiento de basuras por el impacto medioambiental que supone para la ciudad, pero esto no preocupa a nadie y los bañadenses prefieren tenerlo cerca, pese a las condiciones, a no tener nada con lo que ganarse el pan.

Rosa, como todos sus compañeros de faena, defiende el trabajo de Empo: "Ahora estamos mejor. Los brasileños nos dan material para trabajar -mejores botas- y han cambiado el suelo, ya no trabajamos sobre barro. Hace años teníamos que trabajar con botas altas y calcetines que te cubrieran toda la pierna para que no se te pegaran las sanguijuelas que vivían en el barro que pisábamos", explica. La verdad es que ahora pisan directamente sobre basura pisoteada y húmeda. Una moqueta de porquería mullida en la que se hunden ligeramente los pies de los recicladores, que con cada paso alteran el vuelo de las moscas negras y verdes, auténticas reinas en el paraíso de esa suciedad.

La organización de los trabajadores se ha realizado mediante la creación de asociaciones, distinguidas entre ellas por el color de los chalecos que portan los trabajadores cuando están dentro del vertedero. Su afiliación determina su derecho a hurgar en los desechos que llegan en los camiones de recogida de la capital o, por el contrario, a hacerlo en los vienen del área metropolitana. El resto es común a todos. Trabajan con unos ganchos para 'cazar' al vuelo las bolsas de basura mientras caen al suelo de los camiones. Esta herramienta les ha proporcionado el nombre de 'gancheros'. No hay sombra ni un triste cobertizo en ese campo de colores descompuestos. Verano o invierno, da igual, no hay una estación buena para bregar con las condiciones del basurero. En Asunción se alcanzan los 45 grados en verano. Un calor que no sólo quema, ayuda a la podredumbre. "La basura tiene su propio gas y con el frío, el calor o la lluvia las condiciones son peores para nosotros que estamos dentro", intenta de explicarme Rosa.

El sueño

Ese maltrato se ha ido incrustando en su rostro, que aparenta más de 40 años a sus 34. Su piel está curtida por el sol, por el frío y por ese trabajo infame, protagonista de todos sus deseos. "Sueño con no tener que volver a trabajar ahí", sonríe después de hacer esta afirmación, supongo que en un intento de esconder su angustia. "Eso sueño, la verdad, y que mis hijos no tengan que trabajar ahí nunca. El mayor estuvo durante un tiempo, pero luego encontró otra cosa". Lo dice con la certeza de que para ella será difícil salir de ahí, pero con la esperanza de que sus vástagos no tengan que repetir su pesadilla. Su madre, sentada a su lado, enumera rápidamente -no sé si en un intento de dignificar su trabajo o por animar a su hija- los supuestos beneficios de hundirte todos los días en la cochambre. "Eres tu propio patrón, si no quieres no vas a trabajar. Lo que reciclas eso ganas, tú decides. Y además, ahora han mejorado las condiciones de trabajo".

Es cierto, Rosa es su propia patrona. Sólo que si un día no se presenta en su puesto de trabajo deja de ganar los necesarios tres euros que obtiene en una jornada para mantener a sus cinco hijos y a su madre, ahora jubilada por obligación tras sufrir un infarto mientras rebuscaba entre la basura 'mercadería' para vender. Su progenitora trabajó 20 años en Cateura, Rosa lleva ya 19 y las expectativas de poder salir de ahí son escasas. Su hermana también es 'ganchera'. Enganchar las bolsas de basura la primera, darse prisa en romperlas y buscar algo de valor dentro son sus labores diarias.

Después venden lo que encuentran a los intermediarios -sólo cinco trabajan en este vertedero- que compran la mercancía para venderla después a las empresas de reciclaje. Los restos más valorados son el aluminio -3.000 guaraníes (50 céntimos de euro) el kilo- y las botellas de plástico -1.300 guaraníes (20 céntimos) el kilo-; le sigue el papel blanco -1.000 guaraníes (16 céntimos) el kilo- y el hule -500 guaraníes (ocho céntimos) el kilo-. Lo más barato es el cartón por el que se obtiene menos de cinco céntimos por kilo. Ella trabaja ocho horas todos los días del año para obtener unas ganancias de 150.000 guaraníes (25 euros) a la semana. "Pero yo busco los botes de desodorante Rexona porque esos te los pagan aparte y cada uno vale 500 guaraníes (ocho céntimos). Es un extra", afirma como si eso le salvara las cuentas para llegar a fin de mes.

Los 'gancheros' se quejan de que cada vez llega menos 'mercadería' al vertedero. Sus competidores -los carreteros, recicladores de la calle- se llevan buena parte de los 'productos'. También viven en el Bañado Sur y la basura es su sustento. Salen al atardecer a recorrer la capital para buscar entre los desechos que el resto de los mortales deja en las calles. Los compradores -los primeros beneficiarios reales en esta cadena: obtienen casi 1.000 euros a la semana por los productos de 50 recicladores- pagan menos a los carreteros que a los trabajadores de Cateura. Los obreros que recorren las avenidas ganan dos euros y medio al día. Así es difícil pensar en otra cosa que no sea comer, buscar el plástico o el cartón suficiente que permita comprar el pan.

Sin derechos

Hace unos meses la Municipalidad se puso en pie de guerra contra el uso de caballos para tirar de esas carretas que limpian la capital. Pensó en prohibirlos pero ante las protestas de los recicladores, reculó y propuso junto a una empresa vender moto-carros por un precio asequible al que quisiera entregar su animal y modernizarse. Sólo hay un problema a esta incomparable oferta y es que los caminos del barrio no están preparados para los vehículos motorizados y las motos se averían con facilidad. Llevarlas al taller supone dinero y perder días de trabajo, es decir, no comer.

El gobierno local alega que esta medida también beneficiará a "los animales, que no tendrán que realizar las corridas diarias". Rosa Quintana, de 32 años, -sarcástico que sea otra Rosa la que me cuente la otra parte del hediondo mundo de la basura en el Bañado- se pregunta cuando hablamos de su caballo si "los humanos no tenemos derecho a vivir dignamente". Es de las mujeres más lúcidas que he conocido en el barrio y eso le da una clarividencia para ver la realidad que sólo le acarrea más sufrimiento. "Si el caballo tiene más derechos que nosotros, que me aten a mí al carro, que me pongan el bozal y que me lleven al veterinario cuando me ponga enferma, porque ahora como ser humano ni puedo llevar a mis hijos al médico cuando se ponen malos", afirma indignada. "Y una cosa, a mí no me saca nadie mi caballo, que es mío, yo no se lo robé a nadie". Ella y su marido son de los pocos carreteros que no han cedido a la propuesta gubernamental tan centrada en la defensa de los animales y tan alejada de las necesidades de ellos.

Jelson Hortelano, de 20 años, sí compró el moto-carro. Él me lleva al vertedero, me muestra cómo funciona y otros secretos del reciclaje. No se pueden hacer fotos en Cateura. Tampoco entrar sin un permiso especial. Nadie quiere mostrar la cara más asquerosa y obscena del reciclaje. Jelson me ayuda y después de dos intentos fallidos consigo colarme en ese mercadillo de residuos. No sé por qué lo hago. Quizás porque quiero entender lo que me cuentan y verlo con mis propios ojos. O porque quiero sentir ese olor asfixiante de cerca y cerciorarme de que alguien puede trabajar así. No lo sé. Quizás sólo sea morbo y quiero ver lo que nunca vería sentada en la redacción de Madrid. Me digo a mí misma que es porque quiero contarlo y aportar mi granito de arena para que esta situación mejore.

Los motivos se me olvidan cuando pongo los pies en el vertedero, lo único que tengo en la cabeza son las palabras de Rosa Quintana: "Vivimos entre basura y el presidente dice que aquí hay mucha riqueza, que no hay necesidad. Los medios tampoco hablan de nosotros ¿y qué vamos a decir? Pues nada, porque nosotros vivimos de los ricos, de lo que ellos gastan que nos llega a nosotros como basura. Por ejemplo, beben mucha gaseosa y esas botellas de plástico es lo que nos da a nosotros de comer. El reciclaje es una cadena y nosotros somos los últimos. Eso es lo que hacemos aquí: vivir de lo que tiran los ricos, simplemente".

Fuente :_ http://www.elmundo.es/america/2014/05/11/536e444e22601db6748b456e.html

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