EL COMANDANTE: BUSCAR JUNTOS LA RECETA !!!

 

Constantino, el comandante

Te invitamos a conocer a Constantino Coronel, uno de los fundadores de las Ligas Agrarias Cristianas y uno de los comandantes de la OPM (Organización Político Militar). A sus 92 años mantiene un poderoso recuerdo de su pasado de luchas. El miércoles 19 de abril, a las 19.00, en Casa Karaku, Montevideo 1025, E’a presentará el reportaje audiovisual “Constantino”. Les dejamos con la semblanza escrita.

A sus 92 años, Constantino Coronel, es memoria viva de las Ligas Agrarias Cristianas.

En 1958, el régimen de Alfredo Stroessner, instalado en mayo de 1954, soportaba la primera (y la última) huelga general de trabajadores. Las informaciones sobre esta huelga y los movimientos estudiantiles de la época no llegaban al campo. Tampoco los días que se contaban para que otro golpe, o militar o civil, derrocara a Alfredo Stroessner.

El campo era un mundo de arados, azadas, machetes, cultivos, aves de corral y ganadería familiar. En ese mundo en el que eran más importantes el sol, las lluvias, las tormentas y los póra que las informaciones, muy de a poco ya empezaban a despuntar, entre murmuraciones de miedo, los pyragués. Un día de buen sol, en Santa Rosa, luego de unos chaparrones refrescantes, Constantino Coronel, nacido el 11 de marzo de 1931, debió dejar el arado y atender a dos vecinos muy preocupados. 

-Repóina nerymba guéigui ha jaha ñamemongeta[i]– le pidió uno de ellos.

Fueron a la vera del arroyo a conversar. Allí sus vecinos le dijeron que ellos estaban resueltos a morir en defensa del campo comunal, antigua estancia La Patria, que se estaba alambrando, con custodio policial. En los lindes internos del campo comunal vivían unas 35 familias y muchas más familias llevaban sus animales a pastar.

Aquellos vecinos le aseguraron que unos 120 macheteros ya estaban prestos para enfrentar a los gendarmes. El enfrentamiento tenía hora marcada: cuatro de la madrugada.

-Mba’ére[ii]– preguntó Constantino, muy sorprendido.

-Ore familiare[iii].

-Upépe pejukáta o pejejukáta. Pemanóramo pehejata penefamilia pe. Pejukaramo pehóta fondo pe. Oĩ va’erã otra alternativa[iv].

-Maã véva no penái ore rehe[v].

-Ha nañembyaty ramo ha ñamongeta enterovéva?[vi]

Aquellos dos vecinos vacilaron unos segundos, tal vez unos minutos, y le respondieron a Constantino que convocarían a una reunión general de las familias.

Esa misma madrugada, a la una de la mañana, ambos vecinos volvieron a caballo. Despertaron a Constantino y lo llevaron a la reunión. Se encontró, según recuerda, con ochocientas personas.

-Mba’e pe pensa. Che ndaguerekói receta[vii]– les dijo Constantino

-Ore ndoroguerekói avei. Ro’akã’óta  umi oúva oalambra  ore yvy[viii]– respondió uno de los líderes de la comunidad.

-Ndéko ne akãve orehegui, mba’éicha ikatu ore pytyvõ[ix]– preguntó otro integrante del encuentro.

Y entonces, Constantino levantó la mirada y les dijo que tenía una propuesta. Que era una cuestión de tantear. Les planteó buscar cuatro a cinco camiones de carga para ir a San Juan, capital del departamento de Misiones, y hablar, entre todos, con las autoridades.

A las siete de la mañana de aquella misma jornada, en camiones que transportaban ganados, mandiocas y otros productos del campo, bajaron ante la Delegación del Gobierno de San Juan Misiones. Todavía con un gobierno que estaba en proceso de afirmación, las autoridades se sorprendieron por semejante ocupación del patio de aquella casa de gobierno departamental. El campo comunal quedó como tal y con los papeles al día.

Aquella victoria los envalentonó. Se dieron cuenta de que la unidad era importante y que había que consagrar los encuentros entre las familias. Desde ese tiempo se encontraban debajo de nutrido follaje, de enormes árboles, donde nadie de los privatistas (todos ellos autoridades, al decir de Constantino) pudiesen verlos, pero necesitaban una cobija mayor.

Campo comunal en Santa María Misiones donde ocurrió una de las primeras experiencias organizativas de las Ligas Agrarias Cristianas.

 

En 1960 llegó a Santa Rosa un sacerdote paraguayo, Francisco Ayala. Este les abrió la puerta de la iglesia para las reuniones, pero les advirtió que si los pyrague (espías) del régimen les pillaban «ndo juga mo’ãi penendive» (no jugarán con ustedes).

Fue así que en la iglesia de Santa Rosa pronto se juntaron comunidades de Santa Rosa, San Miguel y San Ignacio. Tal fue el avance y el interés de las comunidades campesinas de organizarse, que el primer congreso de constitución de Las Ligas Agrarias Cristianas lo realizaron el 21 de setiembre de 1958, en la parroquia de Santa Rosa.

….

Constantino sonríe al recordar ese primer tiempo de la organización. Es la previa a una apagada carcajada (un año atrás esa carcajada era desbordante). Esa carcajada nonata remueve sus pulmones en ataques de tos. Acababa de salir de una neumonía por Covid. La entrevista se detiene, Sandino Flecha aprovecha para recargar batería de su cámara y Elisa le acerca agua. El sol toma partido en el lugar de la entrevista. En un cobertizo de la cocina, cerca del fogón, doña Águeda, la segunda pareja de Constantino, despluma un gallo para el tallarín, y en el potrerito, el hijo menor recoge el ternero y la vaca para darles agua.

-Aiméma[x]-nos dice diez minutos después, ubicándose el botón de la camisa a la altura del hombro.

 

Los ejes de las Ligas Agrarias

Ahí nos comenta que las Ligas Agrarias Cristianas nacieron sobre cuatro ejes: salud, educación, economía y política. Sobre esos cuatro ejes levantaron el congreso, firmaron el acta y se formó la estructura. «Comenzamos a trabajar, no era fácil, porque el ambiente político era pesado; en el 59 y en el 60 se descabezaba a la gente, se la tiraba de aviones. Esas cosas ya sabíamos. El ambiente político era muy cruel”, dictamina.

En esa estructura tenían una coordinación distrital y en cada compañía rural preparaban equipos de trabajo en jopói. La minga se extendió rápidamente, un grupo carpía la chacra de una familia un día, otro la chacra de otra familia. Pronto vieron que en minga todo se podía hacer mejor y que además les sobraba tiempo para reunirse, analizar qué necesitaban, qué podían hacer y hacia dónde caminar. Ahí entendieron que todo estaba relacionado: salud con alimentación, alimentación con vivienda y todo esto con la comunidad.

En el análisis descubrieron que el supremo valor era la vida, pero que ahí, cerquita, al lado, estaba el valor de la dignidad. «El ser humano tiene vida si vive dignamente; si no vive dignamente, no tiene vida. Eso pensábamos en nuestra ignorancia», dice, sonriendo.

En los encuentros analizaban que no solamente en el campo se vivía indignamente sino que la mayor parte de la población era víctima de una violación que se mantenía en secreto. «Solo se hace conocer el deber, en medio del deber está el derecho, el desarrollo de la mente libremente; el ser humano tiene de naturaleza la libertad, eso es vivir con dignidad. El ser humano que no puede expresar el pensamiento vive indignamente», reflexiona Constantino

Así, la experiencia les fue ayudando a crecer en dignidad, y con el trabajo conjunto las personas que antes tenían cinco liños de cultivo pasaban a diez y así les quedaba algo más. Con ese algo más levantaron los almacenes de consumo, y entonces descubrieron que en vez de pagar cinco por azúcar, arroz, aceite, sal, pagaban cuatro. Es decir, que con administración colectiva todo podía ser mejor.

Pronto entendieron también que debían tener su propia escuela. Había que combatir la ignorancia. «Hi’aju pa ore rehe pe tavy» (Literalmente: maduraba en nosotros la ignorancia), comenta.

En un tiempo en el que en las escuelas se prohibía hablar el guaraní, único idioma del campo en ese tiempo, y al saber que muchos de los que perseguían a la organización campesina habían ido hasta a la universidad, entendieron que debían tener su propia escuela, con un modelo sobre valores, donde la vida y la dignidad ocupaban un valor central.

Al sentir los resultados en cambios materiales y espirituales concretos, la experiencia creció. Así, el 21 de setiembre de 1960 se fundó la FEDELAC (Federación Regional de las Ligas Agrarias Cristianas) y cuatro años después, en 1964, en la Fundación La Piedad, San Lorenzo, la FENALAC (Federación Nacional de las Ligas Agrarias Cristianas).

Al rememorar este tiempo, Constantino se atusa la barba, acaricia el oído afectado y recorre la frente de huesos y esquirlas atravesadas. Luego de unos segundos de silencio exclama: «¡Qué fe tenía el pueblo paraguayo en tener una organización basada en sus propios intereses!». Mira alrededor, traslada la vista sobre la Ruta 1 y parece que su memoria atraviesa los árboles, las chacras y los bosques del otro lado de su casa. Es entonces que sus ojos proyectan esa mirada socarrona y le nace esa mueca entre pícara y orgullosa.

-El lugar donde estamos era estancia de los jesuitas, 220 hectáreas- suelta y se ríe casi hasta el ahogo. La hija le acerca el agua y le quita el sudor de la frente.

 

El conflicto con la iglesia

Fortalecidas las ligas agrarias, con sus mingas, sus escuelas campesinas y sus almacenes de consumo, llegó el momento de pensar en más tierras para ocupar, producir y vivir. Ahí, en Santa Rosa, Constantino Coronel, con su familia y unas 25 familias más, observaron las 200 hectáreas de la congregación jesuita. «Llegamos en conclusión de que los jesuitas no trabajaban la tierra y que, por lo tanto, no las necesitaban. Pero eran bravos había sido».

Entre las 25 familias decidieron ingresar al predio el 6 de mayo de 1972. Llegado el día se encontraron entre tres familias nomás. El resto había reculado. Cortaron el candado y entraron. En el casco de la estancia, había una capilla y un lugar de retiro.

-Quién les invitó- les dijo el hermano jesuita encargado de la estancia.

-Eñe tranquilizá. Ropoíta ore rymbágui, romboguejýta ore mitãnguera ha kuñanguéra ojapóta tata[xi]– le respondió Constantino. -Ore romba’apose ha peẽ peguereko la yvy[xii].

Constantino vive hoy junto a su familia en la comunidad constituida gracias a la lucha de las Ligas Agrarias Cristianas.

Al instalarse en el lugar se sumaron las demás familias. Allí empezó el litigio con la Iglesia. Llevaron la denuncia al párroco y luego al provincial, pero este evitó que se elevara la denuncia a la Delegación de Gobierno. Los jesuitas optaron por reunirse con las familias. Constantino recuerda más de 25 días de reunión. En todas ellas trataban de persuadirles de que salieran, sin necesidad de orden de desalojo, de esas tierras.

Las familias escuchaban en silencio. Pero un día, para cerrar la discusión, («ypohýima hikuái»: ya eran muy pesados), los ocupantes les dijeron que esas tierras serían «Kokue o cementerio» (chacra o cementerio). Ante esta resolución de los ocupantes, las autoridades de la orden jesuita se retiraron. Buscaron intermediación en la Conferencia Episcopal. Se desarrollaron largas jornadas en Asunción, en las que, a decir de Constantino, solo hablaban los jefes de la Iglesia. El último día les tocó a ellos.

Les recordaron el pasado de las encomiendas[xiii] y les dijeron que lo que ahora estaban haciendo, con la ocupación, no era nada en frente de aquella desposesión. Es más, les dijeron que los jesuitas y la Iglesia toda debían de agradecer el hecho de que las familias ocupen las tierras para trabajarlas. Primero se ofuscó un sacerdote, luego otro. Se armó un tumulto.

-Paren, hay que esperar. Nosotros estamos acostumbrados a hablar al pueblo. Recién ahora nos dicen sus padecimientos, al quinto día. Ellos tienen derechos, ellos recuperaron lo que antiguamente era de ellos- intervino monseñor Ismael Rolón, el arzobispo entonces de Asunción, según recuerda Constantino.

Esta intervención de Rolón bajó la pelota a la cancha de la negociación, que la encabezó, por los jesuitas, el provincial Bartolomé Bantrel. Finalmente, acordaron que, de las doscientas hectáreas, cien quedarían en poder de las familias misioneras. Al legalizarse la ocupación, a las familias de Santa Rosa se les sumó un grupo de la Juventud Agraria Cristiana (JAC), liderada entonces por Martín Rolón. Al lugar lo denominaron Jopói (hacer las cosas en comunidad), pero luego de las muertes, desapariciones y persecuciones que cerraron en 1976 con la Pascua Dolorosa, ya sin los líderes de las Ligas Agrarias, al lugar se le denominó Gavino Rojas, nombre de un sacerdote. En el lugar viven cien familias. Según Constantino, allí fundaron comunidad perfecta, con su escuelita campesina y salud comunitaria, con la recuperación de la medicina originaria del mundo guaraní. De lunes a jueves trabajaban juntos la chacra y viernes, sábado y domingo, las escuelas, con análisis de situación política social y económica, todo en la clandestinidad.

Pero volviendo al litigio con la Iglesia por esas tierras, Constantino guarda silencio, sonríe y rememora: «Cuando éramos torturados, el 8 de diciembre Alfredo Stroessner estaba sentado en la misa (de La Virgen de Caacupé)”.

 

El apresamiento

Desde 1973, Constantino Coronel y su familia se recogieron en la clandestinidad. El aparato represivo stronista se había fortalecido con las derrotas de los movimientos insurgentes 14 de Mayo (de extracción liberal y febrerista) y el FULNA (Frente Unido de Liberación Nacional, de extracción comunista) y la extensión del latifundio en manos de generales, coroneles y empresarios colorados.

Los pyragués inundaron los valles, los ríos y los cerros. O se estaba con el régimen de Alfredo Stroessner o se iba a la cárcel, a las torturas o al ostracismo silencioso. En ese avance del régimen, Coronel y su familia se refugiaron en una casa de San Lorenzo. Ya desde la clandestinidad, ante el cierre de toda posibilidad de organización pública, comenzaron a tejer la Organización Político Militar, con referentes del mundo sindical, campesino y estudiantil. Pero un 5 de abril de 1976 un comando con más de diez metralletas echó la puerta a las patadas. Constantino salió corriendo de la pieza para no exponer a su familia y allí, en el pasillo, lo llenaron de balas. Otras balas terminaron en el cuerpo de una hija de once años y un hijo de 16[xiv].

A Constantino y su esposa los maniataron, los tiraron a la camioneta y les llevaron al Departamento de Investigaciones de la Policía a cargo Pastor Coronel.

-Péa piko omano, oporandu Pastor Coronel (¿ese está muerto?, preguntó Pastor Coronel)- recuerda Constantino.

-Respira todavía- respondió uno de los policías.

Entonces, el policía subió sobre el pecho de Constantino para que deje de respirar, pero antes de terminar la faena, Pastor Coronel recibió una llamada inquietante. En el cruce de balas con Juan Carlos Da Costa, otro de los comandantes de la Organización Político Militar, el oficial Cantero había recibido lo suyo.

-Llévenlo al baño- ordenó Pastor Coronel.

Le pusieron unos grillos, lo esposaron y lo metieron en el baño. Hasta fines de julio lo tuvieron ahí, entre sesiones de picana eléctrica, esposas y un grillo de 25 quilos.

Cada tardecita le torturaban en la pileta, con electricidad y un arreador con tres puntas forradas de cuero, al que comúnmente en el campo se lo denomina tejuruguái.

En ese momento en que cuenta esa vida de estropajos, se detiene. Es algo que lo estremece. Una ráfaga de emociones lacerantes, como si fueran una conjunción de todas las esquirlas en la frente que nunca pudieron extraerle, el grillo y las esposas y las picanas eléctricas y el tejuruguái.

El silencio es más pronunciado que la extenuación. Lo debe contar. No puede dejar de hacerlo.  Él, con sus grillos, las esposas y en el suelo, vio, a través de la puerta abierta del baño, lo que Alberto Buenaventura Cantero, Saprisa (Camilo Almada Morel), Eusebio Torres, torturadores, le hacían a Margarita Báez, líder del Partido Comunista. Colgada de su largo pelo y desnuda, Cantero y Saprisa quemaban el pecho y Torres jugaba con la vagina, en medio un cuadro de madera, con tres enormes clavos.  Es de las torturas que a Constantino más le golpeó. Pensaba él que solo a los hombres se les jugaba con tanta bestialidad. “Es una heroína, a ninguna pregunta respondía, cuando ya no aguantaba, gemía despacio, esa escena me forzó”, suelta, secándose el sudor de la frente.

Constantino estuvo preso de 1976 a 1981, año en el que, por intermediación de Amnesty Internacional, lo llevaron de la prisión al aeropuerto Silvio Petirossi y de ahí a Washington.

 

En el exilio

En la capital estadounidense los estudios médicos mostraron que entre la pared del cráneo y el cerebro había esquirlas de balas, pero no se animaron a sacarlas; estaban rodeadas de nervios. En sus primeros tiempos de estadía también recibió el acompañamiento de otro legendario de la resistencia a la dictadura de Alfredo Stroessner, el doctor Joel Filártiga.

Uno de sus oídos funcionaba solo al 20 por ciento y su vista también. Trabajó en una radio “chicana” en Los Ángeles y también desarrolló conferencias sobre la cultura, la sociedad y la economía paraguayas.

Un buen día, en Toronto, Canadá, alguien le gritó: “Nde, ava, ejoka hese guaraníme, che ambohasáta, ejoka ñane ñe’ẽme”[xv]. Ese alguien era nada más y nada menos que el gran escritor y cultor de la lengua guaraní, Carlos Martínez Gamba (Premio Nacional de Literatura 2003).

Ya desde 1987 no se hallaba a gusto fuera del país, nostalgias de tereré, de chistes, de su familia. Las cartas llegaban en tres meses, no había teléfono. Así que, decidido a estar más cerca de Paraguay, se mudó a Foz de Yguazu, Brasil, de donde podía pasar furtivamente cada cierto tiempo.

El golpe militar del 2 y 3 de febrero de 1989, comandado por el general Andrés Rodríguez, consuegro de Alfredo Stroessner, lo escucharon por radio. Un griterío a la madrugada rompió el silencio de esa ciudad fronteriza de Brasil.

Los muchos exiliados se encontraron, conversaron, analizaron la nueva situación.

 

Ahora

A sus 92 años, Constantino entiende que en nuestro país no hay democracia. Que tenemos libertad de palabra, pero no de derecho a la tierra, a la vivienda, a la salud, a participar con oportunidades en la economía.

-Qué sistema tenemos, Don Constantino

Piensa, mira, se toca el rostro y responde:

-Un sistema de explotación manejado por un grupo en base a la plata. Acá mataron a diez (en Santa Rosa, durante la persecución de las Ligas Agrarias) y en la fiscalía no hay carpeta. ¡Dónde está la democracia! Hay ley muerta, muchas leyes que amparan al pueblo no funcionan. No podemos decir que esto es democracia, hay otros intereses… ¿mafia? Hasta se puede decir que acá la vida ya no se garantiza.

-Por dónde salimos

No tengo la receta, lo que tengo es el método: el ñemongeta (el diálogo), no solo con el pueblo campesino, sino con todos los sectores. Hay que buscar juntos la receta. Que no se crea que alguien tiene la receta.


Fuente:  https://ea.net.py/constantino-el-comandante/?fbclid=IwAR2Gxy_kOJaiTNrScsICaOlnBawlHszxz8FEI_btTHu8fFV8ZhtVT2uLsaA&doing_wp_cron=1681457012.7955150604248046875000

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